viernes, 14 de septiembre de 2012

VASILI GROSSMAN Y SU DESPIADADO TIEMPO




Antony Beevor edita los cuadernos de la II Guerra Mundial del escritor ruso


"En los campos de trabajo de Polonia, las SS actuaban como si se tratara de cultivar coliflores o patatas", escribió Vasili Grossman (Berdichev, 1905-Moscú, 1964) en su artículo El infierno de Treblinka,publicado en noviembre de 1944 y que luego fue citado en el Tribunal de Núremberg. Poco antes había anotado que "sobriedad, tesón y una limpieza extremada son buenas cualidades típicas de muchos alemanes". Lo que venía después era una descripción exacta, que pone los pelos de punta, de cómo funcionó la maquinaria de destrucción del campo de Treblinka.

Vasili Grossman había llegado allí junto a las tropas soviéticas en julio de ese mismo año. "Su reconstrucción fue tan precisa, con tal lujo de detalles y tan minuciosa porque pudo estar presente en los interrogatorios que hicieron los oficiales rusos a cuantos habían sobrevivido, fueran víctimas o verdugos; con todo ese material pudo elaborar una descripción de primera mano de lo fue el horror", explica Antony Beevor, que acaba de publicar, junto a Luba Vinogradova, Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945(Crítica), la edición de los cuadernos de notas que el escritor ruso redactó durante la II Guerra Mundial mientras acompañaba al Ejército soviético. Beevor los descubrió cuando preparaba su libro sobre la batalla de Stalingrado en el Archivo Estatal Ruso de Literatura y Artes. "Nadie sabía que se habían conservado, ni cómo llegaron allí, ni cómo sobrevivieron a las pesquisas de la eficaz investigación de los servicios secretos de Stalin".

El texto sobre Treblinka lo elaboró Grossman a partir de las notas de sus cuadernos. Los empezó el 5 de agosto de 1941 cuando partió hacia el frente por orden del general David Ortenberg, director de Estrella Roja, el periódico oficial del Ejército Rojo que era también leído con avidez por la población civil. No tarda en contar de la fiereza de los alemanes cuando atacan borrachos, de las bombas que lanzan los Junkers, del pavor que se desencadena cuando se escucha la presencia de los Messerschmidts. Apunta: "La imagen de Gomel ardiendo en los ojos de una vaca herida" y también que "un piloto escapó atravesando las líneas enemigas en ropa interior, sin soltar su revólver", o que el cohete que se le escapó a un joven recluta "alcanzó al jefe del Estado Mayor en el trasero". Su balance pocos días después de ver lo que ocurre en primera línea es rotundo: "¡Sí, ha comenzado un tiempo despiadado, un tiempo de plomo!".

"Lo más interesante de las notas de Grossman es su capacidad para contar un sinfín de detalles relacionados con los individuos", explica Beevor. "No sabía gran cosa de ciencia militar y tuvo que ponerse a estudiar sobre estrategia y sobre armamento y tecnología, pero lo más revelador es siempre su capacidad de reflejar la vida del frente. No era uno de esos periodistas que cubren la guerra desde un hotel y transmiten las notas oficiales de los comisarios. Iba con las tropas y supo crear un clima de confianza tal que tanto soldados como oficiales le contaban lo que padecían con todo detalle. Él no tomaba notas cuando le hablaban, lo que suele intimidar. Escuchaba y luego escribía en sus cuadernos. Lo que cuenta es verdad, pero seguramente no se corresponde palabra a palabra con lo que le dijeron".
- Vasili Grossman -
Cuando la temible Wehrmacht, el Ejército de Hitler, invadió Rusia el 22 de junio de 1941, Vasili Grossman se presentó inmediatamente para alistarse como voluntario en las tropas soviéticas. Tenía 35 años, pero lo consideraron inútil para cualquier tarea militar. Había nacido en la ciudad ucrania de Berdichev, en el seno de una familia judía. Sus padres se separaron, así que vivió una infancia que lo llevó de un lado a otro. Estudió química, se casó y tuvo una hija, se separó. Trabajó como ingeniero en una mina. Lo dejó pronto para dedicarse a escribir. Publicó dos novelas siguiendo los patrones del realismo socialista y uno de sus cuentos fue elogiado por Bulgakov y Gorki, dos de los grandes referentes de la literatura rusa de entonces.

La posibilidad de cubrir lo que ocurría en el Ejército Rojo para publicarlo en su periódico oficial lo salvó de la crisis en que la que cayó cuando lo rechazaron como combatiente. Así que salió para el Frente Central. Vivió el bombardeo de Gomel, la larga huida de Orel cuando se acercaron las tropas alemanas, el cerco de Kiev, el frente de Briansk. Estuvo con el 50º Ejército, que mandaba un general que había estado en la Guerra Civil española: "Petrov grita palabras españolas que suenan fuera de lugar aquí, bajo este cielo de otoño, sobre este suelo húmedo", anotó en sus cuadernos.

- Anthony Beevor - 

  "Son muy pequeños", dice Antony Beevor, "llenos de apuntes escritos con una letra menuda. Cuando Luba y yo los descubrimos, quedamos fascinados por la cantidad de información que contienen sobre lo que ocurrió en el frente, sobre cómo vivieron la guerra quienes la hicieron y quienes la padecieron. A las autoridades soviéticas les interesaba que fueran escritores, y no sólo periodistas, los que informaran sobre lo que ocurría en los campos de batalla. Enviaron a Grossman, a Ehrenburg, a Simonov... Hay muchas similitudes entre los que cubrían la guerra entonces y los que lo hacen ahora. Hay también diferencias: hoy es más fácil escabullirse de la censura gracias a las nuevas tecnologías. Entonces la información no era instantánea, tardaban unas semanas en aparecer los textos, había más tiempo para elaborarlos".

"Stalingrado ha ardido. Tendría que escribir mucho para describirlo. Stalingrado ha sido incendiada. Stalingrado está en cenizas. Está muerta. La gente está en los sótanos. Todo ha ardido", escribió Grossman cuando le tocó contar que "la guerra ha llegado al Volga". Corría el año 1942 y muchas de las notas que tomó entonces le sirvieron para construir sus novelas, como la célebre Vida y destino, que pasa por ser una de las piezas más brillantes sobre el estalinismo.

"Con el paso del tiempo, aquel hombre desgarbado que había sido rechazado como soldado se convirtió en un tipo fornido, que aguantó todas las penalidades de la guerra y en el que coincidían, cosa muy rara, la valentía física con la valentía moral", comenta Beevor. "Contó cuanto había visto, incluso la violencia y la brutalidad con la que trataron los soldados soviéticos a las mujeres alemanas en su avance hacia Berlín. Fueron tan salvajes algunas violaciones que algunas notas, que finalmente no se han incluido, eran pura pornografía y ofensivas para cualquier mujer".



El observador meticuloso e implacable

Fragmentos de los apuntes de Vasili Grossman, que Antony Beevor y Luba Vinogradova han editado en Un escritor en guerra (Crítica).

- En el frente de Briansk (1941). "El interrogatorio de un traidor en un pequeño prado, un día de otoño tranquilo y claro, con un sol suave y agradable. Lleva barba crecida y viste un abrigo raído marrón rojizo y una gran gorra de campesino. Desertó hace varios días y fue capturado la noche pasada en la primera línea, cuando trataba de regresar a nuestra retaguardia vistiendo esa ropa campesina que parece sacada del vestuario de una ópera. Los alemanes lo habían comprado por 100 marcos. Volvía para localizar cuarteles generales y aeródromos. 'Pero si sólo fueron 100 marcos', dice arrastrando las palabras. Piensa que la modestia de esa suma podría hacer que lo perdonaran".

- En Stalingrado (1942). Testimonio del francotirador Anatoli Ivanovich Chejov:
"Cuando recibí el fusil no podía ni pensar en matar a un ser humano: un alemán estuvo allí durante unos cuatro minutos, hablando, y le dejé ir. Cuando maté al primero, cayó inmediatamente. Otro corrió y se inclinó sobre el muerto, y lo tumbé también... Cuando maté por primera vez me eché a temblar: ¡Aquel hombre sólo iba a conseguir algo de agua! Sentí miedo: ¡Había matado a una persona! Entonces recordé a nuestro pueblo y comencé a matarlos sin piedad".

"Cuando uno entra en un búnker y en las oficinas subterráneas de los oficiales y soldados, siente de nuevo un ardiente deseo de retener en la memoria los notables rasgos de esa vida tan peculiar. Las lámparas y la chimenea hechas a partir de vainas de artillería, tazas hechas con sus culotes junto a los vasos de cristal sobre las mesas. Y un volumen de Shakespeare en la oficina subterránea del general Gurov... Toda esa vida cotidiana son apacibles cosas hogareñas rescatadas de los edificios incendiados".

- El campo de concentración de Treblinka (1944). "Sabemos de la muerte por hambre, de la gente hinchada a la que llevaban en carretillas al otro lado del alambre de espino y la fusilaban. Conocemos las increíbles orgías de los alemanes, cómo violaban a las chicas y las mataban inmediatamente después, cómo un alemán borracho le cortó los pechos a una mujer con un cuchillo, cómo arrojaban a la gente desde una ventana a seis metros del suelo, cómo una compañía borracha sacaba por la noche de los barracones entre 10 y 15 prisioneros para practicar diferentes formas de asesinato, sin prisa, disparando a los hombres condenados en el corazón, en la nuca, en un ojo, en la boca, en la sien...".

- Camino de Berlín (1945). "A las mujeres alemanas les están sucediendo cosas horrorosas. Un alemán educado cuya mujer ha recibido 'nuevos visitantes' [soldados del Ejército Rojo] explica con gestos expresivos y palabras rusas entrecortadas que ha sido violada hoy por 10 hombres. La señora está presente".


  • Nº de páginas: 496 págs.
  • Editorial: PLANETA
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa blanda bolsillo
  • ISBN: 9788408004219
  • Año edicón: 2012
  • Plaza de edición: BARCELONA
  • Pvp: 9´95€

Vasili Grossman, el autor de Vida y destino, una de las más grandes novelas del siglo XX, acompañó al ejército soviético en la segunda guerra mundial como corresponsal de "Estrella Roja". Al margen de lo que escribía para el periódico, Grossman dejó registradas sus experiencias en unos cuadernos, que se han mantenido inéditos hasta hoy, donde cuenta sincerament lo que vio en las calles de Stalingrado, en la batalla de Kursk, en la reconquista de Ucrania o en el avance del Ejército Rojo Alemania adentro, con los horrores de Treblinka o las escenas cotidianas de saqueos y violaciones. "A veces, escribe, te trastorna tanto lo que has visto que se te acelera el corazón y sabes que la terrible imagen que acabas de ver pesrá sobre tu alma toda tu vida". Antony Beevor ha transcrito estos cuadernos de Grossman, combinándolos con sus artículos, sus cartas y otros materiales para componer con todo ello un relato de dimensiones épicas que tal vez sea el más dramático y revelador testimonio de lo que fue realmente la mayor guerra de todos los tiempos.

Fuentes:

http://elpais.com/diario/2006/09/11/cultura/1157925601_850215.html

EL HORROR SIN LIMITES

Los prisioneros eran ganado humano
El Ejército japonés practicó el canibalismo como “una estrategia militar organizada” al final de la II Guerra Mundial, concluye Antony Beevor en su último libro.

 Madrid 13 SEP 2012 - 01:33 CET  publicado en el diario El País.



La II Guerra Mundial todavía esconde secretos. Durante la investigación de su nuevo libro, una historia global del conflicto que publicará la semana que viene en España la editorial Pasado y Presente, el prestigioso historiador Antony Beevor se topó con una desagradable sorpresa. El Ejército estadounidense y el australiano prefirieron no divulgar una atrocidad japonesa al final del conflicto: el canibalismo y el uso de prisioneros de guerra como “ganado humano”, que eran mantenidos con vida solo para ser asesinados de uno en uno con el objetivo de ser devorados. Esta salvajada formó parte, según los datos recogidos por el escritor británico, de “una estrategia militar sistemática y organizada”.

“Las autoridades aliadas, comprensiblemente, por temor al horror que esto podría causar en las familias de aquellos que murieron en campos de prisioneros, decidieron ocultar los hechos totalmente”, explica por correo electrónico Beevor, que se encuentra promocionando en Australia su libro, publicado en junio en inglés. “Por ese motivo, el canibalismo no formó parte de los delitos juzgados en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio de 1946”.

Como sucedió con el resto de sus libros anteriores, la búsqueda de nuevas fuentes y documentos produce sus frutos. Hasta ahora, este historiador británico, que encontró un filón en los archivos soviéticos que comenzaron a abrirse tras la perestroika, había hecho minuciosas descripciones de las batallas de Stalingrado, Berlín, Creta y el desembarco de Normandía (todos ellos publicados en España por Crítica, todos ellos best sellers). En La II Guerra Mundial, un volumen de más de 1.200 páginas, traza un relato global del conflicto, que no empieza con la invasión de Polonia, sino un mes antes y en el otro lado del mundo, en agosto de 1939, en el río Khalkin-Gol. Aquella batalla en la que el Ejército Rojo derrotó a los japoneses en Manchuria demostró que Zukhov era uno de los grandes generales soviéticos y significó una gran lección para Tokio, que abandonó su intención de abrir un segundo frente en Siberia. Si Stalin hubiese tenido que proteger su retaguardia en Extremo Oriente, el conflicto hubiese sido muy diferente. 

 

La II Guerra Mundial es una fuente infinita de historias y horrores y Beevor rescata muchas en este volumen, desde cómo los nacionalistas chinos sobornaron a las tríadas de Hong Kong para evitar matanzas de extranjeros hasta la guerra bacteriológica en Italia. Tras el desembarco aliado, los nazis inundaron grandes extensiones de terreno en Pontino, introdujeron el mosquito anofeles y confiscaron la quinina. Unas 55.000 personas contrajeron la malaria al año siguiente.

En su historia sobre el final de la guerra en Asia, Némesis. La derrota de Japón 1944-1945, Max Hastings explica que los relatos de las atrocidades que sufrieron muchos prisioneros a manos de los japoneses fueron censurados para evitar que se produjese una espiral de venganzas. De los 132.134 prisioneros de Japón, murieron 35.756, un 27%. Tanto Hastings como Beevor describen todo tipo de crueldades contra prisioneros de guerra aliados, desde vivisecciones sin anestesia hasta palizas mortales o ejecuciones a bayonetazos, además de trabajos forzados. Sin embargo, el canibalismo organizado va más allá de lo imaginable.

“No fueron casos aislados: existió un patrón similar en todas las guarniciones de China y el Pacífico que se quedaron sin suministros por la Marina estadounidense”, explica Beevor, que visitará España a finales de mes y que estará en el Hay Festival de Segovia. No existen datos sobre el número de prisioneros que pudieron sufrir esa suerte, aunque sí que la mayoría de los casos ocurrieron al final del conflicto, en Nueva Guinea y Borneo. Las víctimas fueron locales y soldados papuenses, australianos, estadounidenses y prisioneros indios, que se negaron a combatir con los japoneses. “Los informes lo dejan muy claro: ‘No fueron incidentes aislados perpetrados por individuos o pequeños grupos en condiciones extremas”, explica Beevor, de 66 años, militar reconvertido en historiador.
 

La revelación del canibalismo en el Pacífico se suma al redescubrimiento de las violaciones masivas por parte del Ejército soviético en su avance por Alemania, que describió en Berlín. La caída, 1945. Existían muchos testimonios, incluso una de las obras fundamentales sobre la II Guerra Mundial, Una mujer en Berlín(Anagrama, 2005), lo relataba con una pavorosa mezcla de horror y resignación. Este libro, anónimo, había sido publicado en inglés en 1954. Pero esa atrocidad no entró a formar parte del acervo de conocimiento popular sobre el conflicto hasta que el ensayo se convirtió en un éxito de ventas.

Un profesor de la Universidad de Melbourne, Toshiyuki Tanaka, había descubierto en los años noventa documentos que describían casos de canibalismo, pero, según su versión, se trataba de una orgía de muerte de tropas fuera de control, algo similar a lo que ocurrió en circunstancias extremas en el sitio de Leningrado, donde 600.000 personas murieron de hambre o a manos de prisioneros rusos que no recibían ningún tipo de alimentos. Los documentos que ha encontrado Beevor describen algo muy diferente, una nueva vuelta de tuerca en el horror infinito de la II Guerra Mundial.



De la batalla de Creta a la caída de Berlín

  •  La historiografía de las grandes batallas es el frente en el que se ha fraguado el enorme prestigio de Antony Beevor (Londres, 1946), suma de rigor investigativo, calidad literaria y éxito de ventas (más de cinco millones de ejemplares vendidos en 30 idiomas). Con El día D. La batalla de Normandía (Crítica, 2009) cerró su monumental tríptico de la lucha contra el nazismo que completan Stalingrado (1998) y Berlín. La caída, 1945(2002). 

  • Este exmilitar que dejó las armas por la escritura es también el artífice de la completa La guerra civil española (2005). Beevor concluyó en su análisis que la raíz del estallido de violencia en España en 1936 fue el miedo. 


  • Otras obras sobre la convulsa Europa de la primera mitad del siglo XX son:La batalla de Creta y París después de la liberación: 1944-1949. 

  • En otro registro, menos maximalista, más literario, se mueve El misterio de Olga Chejova, de 2004. Describe la apasionante vida de esta actriz, sobrina de Chéjov, que huyó de la Revolución Rusa a Berlín para trabajar con los maestros del cine mudo hasta convertirse en una de las actrices favoritas de Hitler. 

Título: LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Autores: ANTONY BEEVOR

ISBN: 9788493986339

Publicación: SEPTIEMBRE 2012

PVP: 39 euros

Páginas: 1200
 
  
El libro definitivo sobre el acontecimiento más terrible y decisivo del siglo XX. La culminación de una carrera dedicada a la investigación y la narración históricas. Apoyándose en un descomunal trabajo de investigación y desplegando sus asombros recursos narrativos, Beevor nos muestra en este libro el inmenso escenario de una guerra que abarca desde el Altlántico Norte hasta el Pacífico Sur desde las nevadas estepas septentrionales a los áridos desiertos del norte de África; desde la jungla de Birmania hasta las fronteras de Europa oriental; desde los prisioneros del Gulag reclutados para los batallones de castigo hasta las indecibles crueldades de la guerra entre China Y Japón.

Fuentes: